miércoles, 14 de mayo de 2008

XI: Mi hijo, el fotógrafo

En el viaje de regreso a Cali, Saúl reposa sobre el hombro de Armando. Él únicamente piensa en Aura y su padre. Se los imagina felices de nuevo, algún día.

De repente el sombrero de Saúl se vuela por la ventanilla. Él insiste en bajarse y Armando no lo puede detener. El joven cojea hasta el peaje y se pasa por debajo del mismo. Los guardas lo persiguen. Él ve a una vendedora de dulces sosteniendo su sombrero. La toma de la mano y se la lleva a través de los carros, que acompañan su andar con los pitidos. Los guardas los persiguen entre ese trancón laberíntico. Saúl le toma fotos a la vendedora de dulces, quien sonríe extasiada. Finalmente, los guardas lo derriban y lo toman de los brazos. El joven mira a su padre y le sonríe. Armando, intenta esconder su sonrisa torciendo la boca. No lo puede evitar, el también sonríe, por su hijo; el fotógrafo.

X: Un rostro muy viejo y sin ojos

Mi boca me sabe a sangre y tierra. Finalmente encuentro a la mujer que tan desesperadamente estaba buscando. Ella me lava las heridas, mientras yo busco las palabras para decirle lo que desde hace tantos días vengo pensando. Recostado contra una de las paredes veo a mi padre; él se arranca los cueritos de sus nudillos desechos.

-¿Cómo te llamas?- le pregunto.
-¡Aura!- responde una voz muy grave desde la oscuridad en el fondo de la habitación.

Es Aura a quien he estado buscando. Desde la silla en que estoy sentando veo como ella corre hasta donde ese hombre, prende una lámpara y con un trapo húmedo le refresca su cara. Un rostro lleno de cicatrices, arrugas y sin ojos.
-Me da mucha pena con ustedes por lo que les hizo James, eh. Pero el sólo estaba tratando de cuidarnos- dice Aura al coger las manos de ese hombre para lavarlas.

Yo me tambaleo hasta ellos, para verlos más de cerca. Mi papá me agarra por un hombro, para que no me caiga.
-Ya nos han hecho demasiado daño, sólo queremos empezar a sanar- dice Aura, al tiempo que le hace una curación a los ojos de su padre. – Mi papá ya pagó por sus errores, todos lo hicimos- susurra la mujer, mientras señala con su dedo la cicatriz que atraviesa su rostro.

Me quedo observando esa cara sin ojos, que no me es extraña del todo. Ante las palabras y cuidados de Aura, las lágrimas se deslizan por los surcos de la cara maltrecha del hombre. Siento que algo presiona el dorso de mi mano. Es mi padre pasándome la cámara.
Encuadro a la hija que consuela a su padre. Una luz dorada se cuela por la tejas, rodeándolos a ambos. Es el retrato de los corazones rotos; de las personas que no pueden escapar a su pasado, pero son valientes para soñar con un tiempo mejor. La luz a través de la cámara lastima mi ojo, me siento incapaz de tomarla. En ese momento, Aura voltea a mirarme por un instante. Se muerde el labio y asiente en un gesto de complicidad, antes de volver su atención a su padre. Respiro profundamente, tomo la foto y exhalo dejando salir todo el aire de mis pulmones.
-Es una foto muy bella- me dice mi padre.

IX: Padre e hijo, en el asfalto

Me parece que el tal Don Dilinger se demora demasiado, esta no es manera de hacer negocios. Saúl ni siquiera está pendiente, dejó las fotos para irse a fumar un cigarrillo afuera. Miro las fotos, de las calles de Cali, de algunas mujeres y de objetos cotidianos. No entiendo por qué este señor quiere pagar tanto por ellas. No puedo esperar más, me levanto y le pregunto a la recepcionista cuanto más se va a demorar Don Dilinger.
-¿Don Dilin quién?- responde la mujer de manera cortante.

Salgo por las calles de Palmira, me quito el saco y me arremango la camisa para ahuyentar el calor que hace. A cada paso pienso lo que le voy a decir a Saúl apenas lo vea. Cómo va a ser tan descarado de inventarse todo esto. El desorden en que vive se tiene que acabar. Tengo que pensar en una manera de tenerlo trabajando conmigo en la empresa.

Escucho mucha bulla, al pasar por una cuadra. Un hombre está golpeando a otro con un palo, mientras otros vigilan que nadie venga. Lo primero que veo es la cámara en el suelo. Un poco más cerca, está el sombrero. Mis pensamientos desaparecen y mi atención se dirige al hombre con el palo. Lo tomo por el brazo y lo golpeo. Me paro entre Saúl, que está maltrecho en el piso, y aquellos maleantes.
Con mis puños mantengo a esos muchachos a raya, pero son muchos y me atacan a la vez. Me siento más débil. Intento cubrir a Saúl con mi cuerpo para que los golpes no lo alcancen. Ya no puedo más.

-¡James ya no más!- Grita la chica de la cicatriz, mientras corre hacia él.
Ante la presencia de la chica, James se calma. Ella le quita el palo, al tiempo que lo mira muy disgustada. Los otros muchachos salen corriendo del lugar. La mujer ayuda a Armando a pararse. Saúl no se mueve.
El padre de Saúl se tira al lado de su hijo y le palmotea la cara para hacerlo reaccionar. Luego lo abraza, pidiéndole que despierte. El joven inhala profundamente y luego tose. Después, padre e hijo permanecen, tirados en el asfalto, en una cercanía que los reconforta.
La chica de la cicatriz, con la cámara al hombro y el sombrero en la mano, les muestra el camino hacia su casa. Una casucha de ladrillos roídos y tejas quebradas, que encierra la explicación de todo.

VIII: Mí Cámara

El viaje por carretera duró varias semanas condensadas en unas pocas horas. El joven y Armando recogieron las fotos en el apartamento de Saúl. Él le pidió a su padre que esperara en el carro, mientras armó, velozmente, un portafolio improvisado con las fotografías que encontró.
Las horas sucesivas transcurrieron en un tedio absoluto. Saúl no se despegó del visor; todo el tiempo barrió el paisaje de la vía Cali-Palmira con el lente de la cámara. Incluso en los largos trayectos en los que no tomó ni una foto. Armando siempre miró al frente, sin ver lo que hacía su hijo. La quietud del viaje llegó a su fin cuando el padre se detuvo en un restaurante en la carretera, se dirigió a su hijo y le dijo: “vamos a almorzar”.

- Y este Don Dilinger, ¿a qué se dedica? – .
- Tiene una fábrica de medias, creo, pero le interesa mucho el arte y esas cosas-dice Saúl mientras come una mazorca.
- ¿Medias? je, no pensé que fuera a vender sus fotos tan pronto, Saúl. Lo felicito-.
El joven sigue comiendo y centra su atención en el plato. Armando coge la cámara que está sobre la mesa.
- Es mía, ¿sabía?-
- ¿Qué cosa?-
- La cámara. La compré cuando su mamá y yo estábamos de novios. En ese tiempo incluso revelé un par de rollos con un amigo fotógrafo. Su mamá se veía preciosa en esas fotos, por ahí en la casa están-.
- No tenía ni idea. Yo me la encontré guardada en uno de los cajones de la casa-.
- Sí, cuando nos casamos, y con el trajín de la empresa, ya no la volví a usar- dice Armando antes de contestar su celular.
Observando a mi papá cerrar un negocio por teléfono, la incertidumbre me envuelve. Entre todas las imágenes capturadas, ¿hay alguna llena de significado? Y si no la hay, ¿por qué seguir con algo que sólo no puede llegar a ser más que un hobby? Por un instante dudo, y la vida ejecutiva me parece posible.

Debo encontrar a la mujer de la cicatriz .

VII: Don Dilinger

Abro los ojos; sólo veo puntos difusos de luz, rojos y amarillos. A medida que pestañeo me encuentro con formas de un tiempo pasado: Un balón de fútbol, los afiches de Ana Sofía y la colección de latas de cerveza. Mis pies no caben dentro de la cama en la que estoy acostado. El espacio se siente extraño y pequeño conmigo ahí. Me quedo sentado un momento, mirando todos estos objetos que hace tanto dejé. Aunque pasé años aquí, siento que este cuarto pertenece a otra persona.

Saúl sale de su cuarto. Luego pasa por el comedor en el que sólo quedan los platos y copas sucias de la fiesta. Se acerca a la puerta principal, sin hacer ruido. Antes de abrirla, mira el carro de la familia en el garaje contiguo. En un acto impulsivo toma las llaves del mismo, que están colgadas de un ganchito de madera, y abre la puerta del vehículo, activando la alarma.

-Se llama Don Dilinger, está muy interesado en un portafolio de mis fotos para una exposición de arte urbano en Palmira. Lo que pasa es que tengo que ir hoy mismo, o me pierdo la oportunidad de venderle mis fotos. Es una buena plata- le dice Saúl a sus padres y a su hermano Esteban, quienes se levantaron por el ruido que provenía del garaje.

Mariela, la madre de Saúl recoge los platos mientras escucha las explicaciones de su hijo. Su padre aún sostiene el bate con el que bajó cuando oyó la alarma. Esteban, algo borracho, se sienta al lado de Saúl.
- Yo creo que vos deberías llevarlo, viejo- .
- ¿Yo?, pero es que yo tengo que ir a trabajar a la oficina en unas horas-.
- A mí me parece estupenda la idea de Esteban, mi amor, por qué no lo llevas, mira que es una buena oportunidad para el niño-.
- Si dale, viejo, llévalo, mira que es un buen negocio. Hay gente que paga buena plata por fotos, e igual pasan un rato juntos-.
- ¿Verdad Saúl? ¿Es un buen negocio?-.
- Eh, sí. Buenísimo.
Saúl permanece callado, mientras su mamá y su hermano convencen al padre. La idea de un viaje por carretera con Armando es para él la definición de tedio, pero es su mejor opción para llegar a Palmira.
Después de desayunar, padre e hijo partirán juntos a visitar a Don Dilinger.

lunes, 5 de mayo de 2008

VI. Through the looking lens

0. INTERIOR. SAÚL MONTOYA.TIEMPO AUSENTE. 0

SAÚL tiene puesto un traje formal, varias tallas más grande que él. Él está sentado detrás de un escritorio. Sobre el mismo hay unas fotos cuyas imágenes se escurren hasta el piso del lugar.

En frente de Saúl hay una vitrina que da hacia la calle. Por detrás del vidrio pasa Malena con el sombrero de Saúl puesto. El ruido de las turbinas retumba en el vidrio.

Él corre para alcanzarla, pero se choca contra la vitrina. Al levantarse tiene el sombrero sobre su cabeza.

MALENA (V.O.)

Quedaste con cara de ahuevado

El piso de la oficina se mueve hacia atrás. Todo lo que está detrás de la vitrina se vuelve borroso.

Saúl se agarra del escritorio, mientras el piso se mueve hacia adelante. A medida que avanza el piso, el rostro de la mujer de la cicatriz aparece tras la vitrina.

La oficina se mueve de un lado a otro bruscamente. Saúl da tumbos para un lado y para el otro.

En el vidrio se ven barridos de luces y figuras irreconocibles.

La oficina se detiene. Saúl toma aire, mientras intenta pararse. Frente a él aparece la cara gigantesca de James.

La oficina se mueve de nuevo hacia un lado, y en la vitrina aparece el rostro del padre. El lugar da un giro hacia la izquierda. En la vitrina sale la cara magullada de Saúl.

El joven gatea hasta la vitrina y toca su propio rostro. Al tocarlo, la cara se empieza a agrietar.

El joven retrocede y se esconde detrás del escritorio.

En la vitrina está la imagen de un desconocido, un hombre muy viejo, sin ojos y con surcos profundos en su piel. De los surcos empieza a brotar una luz blanca que descompone los colores que toca.

La luz consume el sombrero de Saúl que está tirado en el suelo. Luego consume el escritorio y finalmente a Saúl.

Todo se desvanece en partículas de luz.

V. Casa Montoya

-¿Y esta joda dónde tiene la pantalla?- pregunta el policía que tiene la cámara de Saúl entre sus manos.

Saúl está sentado en una celda de la comisaría, esperando a que amanezca para irse a su casa. Este tiempo forzado de quietud ha servido para calmar su ímpetu y la búsqueda desesperada de la mujer de la cicatriz. Además el dato de uno de los maleantes con los que se peleó, sobre una mujer llamada “La Palmirana” con las mismas características de la mujer que busca, ha enfocado su esfuerzo hacia una dirección concreta.

El policía hunde el botón del flash y este se dispara. La luz le lastima los ojos. Los otros policías se ríen.

-No me le gastes el flash, que luego cuando lo necesite está sin pilas- Le reclama Saúl.

El policía se acerca hasta la celda, con su macana en alto. Saúl no le presta atención, ni retrocede. El joven pasa sus manos por los barrotes de su celda. Luego se recuesta contra la pared y se sienta en una banca. Se queda mirando una grieta en el techo hasta que oye que alguien abre el cerrojo de la celda.

Su hermano, Esteban, está parado al lado del oficial que abre la puerta. Detrás de ellos Armando Montoya, el padre de Saúl, le pasa unos billetes a uno de los policías.

-¿Mijo y a usted qué le pasó en la cara? Ahora si las metió bien metidas, no- le dice su hermano.

Armando se acerca hasta la puerta, mientras Esteban y el oficial se hacen a un lado. El padre termina de abrir la puerta y mira a Saúl.

-Vámonos- .

Saúl se pone el sombrero, le quita la cámara al oficial y sale con su padre y hermano de la comisaría.

-¿Y ya se graduó Saulito? ¿Qué era que estudiaba?-.

-No tía, acuérdese que él está dedicado a la fotografía-.

-Ay, Súper, ¿y ya te han comprado fotos para revistas?-.

-Bueno, pues...-.

-Fotografía, fotografía. No, yo me acuerdo que él estaba estudiando era algo como psicología. Igual que el hijo de Stella-.

-Sí, soy fotógrafo y...-

-El hijo de Stella está es estudiando fisiología-.

-Y primito, ¿conoces a alguien de las revistas? ¿Cuándo me vas a tomar unas fotos?-

-Yo...no. Me disculpan un momento-.

Saúl se levanta del sofá, ante la mirada de su tía y dos primos. Se aleja de ahí e inhala profundamente, para salir de la asfixiante conversación. El joven ve una mesa donde están los licores y decide servirse un trago.

La familia Montoya se reúne alrededor de la mesa. Armando, el padre, está en la cabecera frente a un pastel de cumpleaños. Todos los presentes le cantan feliz cumpleaños al unísono.

Saúl coge una botella y se va caminando, balanceándola, hasta la puerta de la sala. La abre y sale al patio. Ahí, se sienta mientras bebe desaforadamente un licor amargo que no logra distinguir. El joven canta, desafinado, la canción de feliz cumpleaños que oye a lo lejos; mientras se va quedando dormido.

Armando apaga las velas y todos sus familiares le aplauden. Mariela, la mamá de Saúl, lo abraza y le da un beso en la boca. Los presentes vuelven a aplaudir y brindan por el patriarca de la familia.

-¿Dónde está el niño?- pregunta Mariela.

Armando y Mariela salen al patio donde encuentran a Saúl dormido sobre el pasto, mientras el resto de la familia murmura a sus espaldas.